lunes, 29 de mayo de 2017

'High-Rise' | Ben Wheatley | cine

La distopía en un rascacielos


Un apartamento en la ultramoderna Torre Elysium podría parecer el lugar perfecto al que mudarse. Eso piensa el doctor Robert Laing, protagonista de High-Rise, la película dirigida por Ben Wheatley e inspirada en la novela de ciencia ficción de J. G. Ballard (publicada a mediados de los setenta). En el edificio todo está limpio y organizado, cada clase social habita en una zona del rascacielos, nadie se molesta entre sí y todos están contentos. Una sociedad idílica y equilibrada. ¿Qué podría fallar?

Tom Hiddleston en High-Rise.

Una vez instalado en su nueva vivienda, Robert (interpretado por Tom Hiddleston) comienza a conocer a sus vecinos y descubre que cada uno es una mecha potencial que puede hacer estallar el orden reinante. Lo que parece una utopía deriva de forma paulatina en una distopía bastante violenta que llega hasta la cima del edificio, donde vive la clase dirigente encabezada por Royal (Jeremy Irons). Los habitantes de la Torre Elysium sacan a relucir sus instintos sexuales, justicieros y asesinos en orgías y peleas.

Perturbación. Enajenación. Son palabras que describen lo que se ve en pantalla. High-Rise es fascinante tanto en su aspecto formal (que comentaré más adelante) como en el argumental: el espectador es testigo de hasta dónde pueden llegar los seres humanos como animales precisamente en el lugar que se supone más civilizado. La furia y el sexo están muy presentes.

Sienna Miller y Luke Evans en High-Rise.

High-Rise tiene una lectura política y social: los privilegiados de arriba contra los oprimidos de abajo (que, además, se corresponde con la distribución espacial del rascacielos), las clases medias que en realidad no están tan bien, las revueltas por llegar a los pisos superiores y disfrutar de los lujos... Pero, al final, las reclamaciones derivan en un muestrario de formas de brutalidad y depravación.

Un logro del director Ben Wheatley es saber trasladar al resultado en pantalla la locura y el salvajismo en el que desemboca el argumento. La extrañeza durante el visionado es constante, se suceden escenas con cambios de tono, se producen amplias elipsis temporales y la atmósfera general es de delirio. El cineasta lleva a imágenes el magma a punto de reventar en el que se convierte el vecindario.

Jeremy Irons en High-Rise.

En High-Rise todos los elementos que se muestran son muy plásticos: los colores, los cuerpos, el vestuario, la ambientación de los años setenta, los encuadres. La banda sonora es la capa que termina de envolver al largometraje con sensaciones de turbación y de peligro. Clint Mansell compone temas como la pieza instrumental 'Cine-Camera Cinema' o la ultrainquietante 'Danger in the Streets of the Sky' (no he encontrado esta canción publicada, así que tendrás que buscarla por tu cuenta, pero merece la pena si quieres sentir escalofríos).



Esta película puede ser considerada excesiva, demasiado desconcertante. Y lo es. A mí me gusta e incluso me asombra tanto la cadena de acontecimientos como el resultado en pantalla, las similitudes entre el fondo y la forma. Al igual que se accede a clases más altas (y más viciosas) según se asciende en la Torre Elysium, según avanzan los minutos se incrementa el trastorno de los personajes. Viendo High-Rise es fácil perder la fe en el ser humano. Pero es todo un espectáculo.

High-Rise (Reino Unido-Irlanda-Bélgica, 2015). Dir.: Ben Wheatley. Int.: Tom Hiddleston, Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans. 

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